Héctor Abad Faciolince: 'Los libros son como cuchillos: sirven también para matar gente'
Héctor Abad Faciolince presenta este miércoles 13 de octubre en el Instituto Cervantes de Londres la primera traducción de su novela, El olvido que seremos. El Colectivo tuvo la oportunidad de entrevistarle como introducción a la tertulia del Grupo de Lectura sobre este libro hace unos meses.
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) necesitó esperar veinte años para escribir la historia de su padre. No porque le frenase la violencia absurda que sufría Colombia y había acabado con la persona más importante en su vida, sino porque tuvo que dejar que el tiempo diera espacio a los recuerdos para poderlos contar sin los sentimentalismos y las distorsiones que suelen crear las emociones intensas.
El olvido que seremos, libro que publicó en 2006 y que hemos seleccionado en el grupo de lectura, fue el resultado de esa espera. A modo de memoria, el autor retrata a un padre que le quiso con locura y persiguió un mundo mejor sin doblegarse a la coacción de los que preferían el privilegio frente a la justicia. Pero sin expandirse en el dolor o crear un mito sobre el padre asesinado. Su familia, como todas las familias, tiene también sus contradicciones y, como parte de un país, trasciende a sus individuos y refleja las costumbres y la historia reciente de Colombia.
Según Héctor Abad, con El olvido que seremos se cumple una necesidad personal de intentar alargar la memoria. El libro ha sido un éxito desde que se publicó y lo han alabado escritores como Mario Vargas Llosa quien lo considera una obra maestra. Este otoño aparecerá por primera vez en inglés en una traducción de Anna McLean y publicado por la editorial Old Street. Es probable que Héctor Abad Faciolince venga a Londres a la presentación del libro en octubre pero, mientras tanto, nos ha dejado algunas pistas para descubrir un libro que es difícil de clasificar.
Usted dice que necesitó que pasaran veinte años para poder escribir El olvido que seremos. ¿Cómo le afectó mirar tan de cerca la historia de su padre y de su relación con él?
Yo hubiera querido esperar incluso más tiempo. Pero estaba a punto de cumplir cincuenta años. Cuando uno cumple cincuenta años sabe que ya está mucho más allá de la mitad del camino de la vida. No podía morirme sin escribir este libro. Tal vez por esto me apresuré a escribirlo. La relación con mi padre sigue intacta, no cambió en nada. Yo le escribí una larga carta para darle las gracias, nada más. Él no la pudo leer, pero yo creo que si pudiera leerla estaría contento.
En El olvido que seremos revela mucho sobre su vida privada. ¿Cómo reaccionaron las personas que menciona en su libro cuando lo leyeron?
Cuando terminé la primera versión del libro, aprovechando un largo viaje mío a la China, y que todo el resto de la familia iba a pasar vacaciones de Navidad en una finca, les dejé el manuscrito, sin anticiparles ni una palabra. No quería verles las caras mientras leían; hasta cierto punto tenía miedo de la reacción que pudieran tener.
Todas lo leyeron, mi mamá, mis cuatro hermanas. Yo estaba dispuesto a quitar cualquier cosa que ellas me dijeran, o a no publicar el libro, si ellas me lo pedían. Sin decírselo explícitamente, ellas sabían que tenían la última palabra, pues yo tenía todo el derecho a escribir el libro, pero el derecho a publicarlo solo me lo darían ellas. Para ellas fue algo muy doloroso leer todo esto, repetir la película de la propia vida, rodada por otro, pero lo doloroso tiene algo que también alivia y consuela y cura.
Tal vez por eso no quisieron que quitara ni una coma, y al contrario, me ayudaron a completar y pulir algunos detalles que a mí se me habían olvidado. En realidad este libro lo escribieron también ellas, hablando conmigo todos estos años.
Su libro transmite esperanza por la figura de su padre, un hombre bueno. ¿Hasta qué punto los libros pueden mejorar la vida de las personas?
¿Cuánta vida le devuelve a un muerto un libro? En la realidad, ninguna, en la memoria de los hombres, mucho. Yo he logrado que algunas personas en Colombia, e incluso en España, en Argentina, en México, ahora en Gran Bretaña, conozcan la vida de este médico bueno. La suya fue una vida ejemplar, creo yo, y me gusta usar esta palabra e las novelas cortas de Cervantes. Las vidas ejemplares pueden hacer mejores a los hombres.
Ahora, en cuanto a la lectura de libros… Yo me pregunto si algunos libros no nos harán también peores. Hay libros perniciosos, pero como el criterio de lo que es pernicioso no se puede saber con seguridad, es necesario permitir todos los libros. Creo que cuantos más libros se lean, más poderes tenemos para identificar los libros perniciosos.
Aunque no sé; parece que había nazis que eran también grandes lectores. En mi padre la lectura producía una metamorfosis feliz; creo que en la mayoría es así. Pero no voy a idealizar los libros. Los libros son como los cuchillos: sirven para pelar naranjas y para matar gente.
Usted vive de nuevo en Colombia y escribe sobre la situación de su país. ¿Han cambiado mucho las cosas desde el asesinato de su padre?
La situación está mejor. De 6500 asesinatos al año en Medellín, ahora, con más población hemos pasado a 650. Eso es muy positivo: hay casi seis mil dolores lancinantes menos. Somos una sociedad menos triste, menos trágica. Muchos factores han incidido y puede que el mismo dolor haya enseñado sobre el sinsentido de la muerte violenta.
Lo que más ha ayudado, creo yo, son administraciones locales, alcaldes, más sensatas. En los últimos años hemos tenido un par de alcaldes, Fajardo y Salazar, que se gasta en educación el 40% del presupuesto del municipio. Esa receta ha funcionado: los marginales no se sienten tan marginales y ven que en su vida puede haber futuro.
En Londres viven muchos colombianos que, como usted, tuvieron que abandonar su país por sentirse amenazados ¿Cómo le afectaron sus años en el exilio?
Yo tuve suerte; ya conocía Italia, mi mujer era de allí y mis hijos italianos. Fue un exilio relativamente dulce. Europa no es un infierno, ni mucho menos. Es peor el exilio interior de los desplazados del campo que llegan a vivir en la miseria en las ciudades colombianas. Yo no me puedo quejar por mi exilio, por duros que hayan sido algunos momentos.
En el grupo de lectura siempre estamos buscando autores, ¿nos puede recomendar algunos autores o libros colombianos para nuestras tertulias futuras?
Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa. Primero estaba el mar, de Tomás González.